lunes, 11 de abril de 2011

El Síndrome de la Princesa y el Guisante

Siento una exacta combinación entre desprecio y admiración por aquellos que pueden dormirse en cualquier parte. Exhiben su entrega al descanso con un arrojo, una desvergüenza y una falta de pudor tales que me incomodan. Al mismo tiempo, me ataca una relativa envidia por su capacidad de descanso independientemente de las condiciones dadas. Como si para conciliar el sueño lo único que necesitasen reunir son unos párpados pesados y una superficie lo suficientemente útil para despositarse. Así sea un asiento de madera inclinado unos 90°.
El cuerpo dormido, depositado, entregado, se circunscribe al fuero íntimo. Prefiero no mantener alerta a los testigos de mi duérmele que tienen que lidiar con la angustia de que puedo desnucarme en cualquier momento o que pueden sucederme cosas indescriptibles en ese estado de vulnerabilidad absoluta. No adhiero a la idea de exponerse de esa manera. Además no me sale, ni aún en plena agonía de siesta sentada en el asiento del 152 después de un suculento plato de ravioles. 








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